Joder, menudo viaje. Tras días y días vagando por el mismo sitio, conduciendo
en círculos y pasando siempre por los mismos puntos, encontré un camino poco
transitado, una persona había, así que como buena curiosa, allí me metí.
En vez de nubes había espirales, muchas espirales, ¡infinitas espirales!, y
llovían caracolas de chocolate. De pronto Bob Marley se apoderó de mi reproductor
de música y de pronto lo entendí todo.
De pronto, entre la oscuridad del camino, apareció un chico haciendo autostop.
Bastante políticamente correcta pensé en pasar del tema, pero decidí llevarme
por un estado Paula intiutivo y llevarlo conmigo.
Comenzamos a hablar, filosofar, conectar, loquear, hasta llegar al punto de
querernos. Todo muy progresivo, con bastante rapidez. Aceleraron mucho el proceso
los ataques pasionales nocturnos, saltos, lágrimas, palabras, risas, viajes en taxi a hospitales y no sé, ese tipo de cosas extravagantes que sólo sé hacer con él.
Que podrán llamarnos locos, pero nunca aburridos.
Así pues, llevo unos cuantos meses viajando con el misterioso chico de autostop, y he de decir, sin exagerar nada, que es de las mejoras cosas que me han pasado en mucho, mucho tiempo.
Felicidad en estado puro, mejor que la vida, mejor que la vida misma eres tú.
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